
Ese ojillo (o el otro, ella sabrá mejor) estuvo mucho tiempo tapado. En la pared de la cocina había un cartelito que nos lo recordaba: TAPAR EL OJO TODOS LOS DÍAS. Cecinienta así, además de cara de mala tenía cara de pirata. Pirata mala.
Gracias a ese ojillo (veamos el lado bueno de la cosa) hicimos viajes. Una vez a Madrid, inolvidable viaje que merece otra entrada del blog. También varios a Cádiz, y así, gracias a ellos, amplié mi colección de Joyas Literarias. En cada visita al oftalmólogo descubríamos instrumental nuevo y muy raro. Era cosa aparatosa y siniestra de ver: la carita de Cecinienta rodeada de aparatos extraños. Aunque para mi, una de las cosas mejores de aquellas visitas era la prueba de vista, cuando ella tenía que leer letras cada vez más chiquititas. Era como un examen.
Pero ese ojillo ya está siendo Historia. Nada de cagada de palomo, ni bizcotela y releches. Ahora nace una nueva mujer. Guau, que tiemble el mundo.
2 comentarios:
Como siempre me haces reir y llorar a la vez. Tu visión me hace ver cosas que sentía pero que no era capaz de recordar (como lo de los aparatejos extraños en las visitas al oculista y otras muchas). Mi afán cuando leía las letras cada vez más chiquititas no era ver bien sino no equivocarme por si me regañaban y me decían "que era una niña muy mayor ya para no saber leer y reconocer las letras" .La visión de los niños nada tiene que ver con la de los adultos y eso lo olvidamos cuando crecemos...
La visita al oculista era muy siniestra. Primero la sala de espera, que se hacía eterna, con revistas cutres, cortinas cutres, sillones cutres y los títulos académicos, la orla, insoportablemente cutre!!!!
Luego, en la consulta propiamente dicha, siempre estaba oscuro y los aparatos raros dana yuyu. El oculista parecía un gurú todopoderoso. Yo me sentía muy poquita cosa allí y me daba mucha penita de ti, tan chiquituja.
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